martes, 16 de marzo de 2010

VERANO

Era un día de calor, de esos que hacen pensar que la tierra es un verdadero infierno, que ya no existe, que fue devorada.
Llegué a casa, encendí el ventilador. Miré a mi alrededor, todo se secaba, se evaporaba. Desaparecía.
El aire era pesado, grueso, como una mole que no deja pasar ni una tímida brisa. Nada.
Las paletas del viejo artefacto giraban cansadas, jadeantes, como si en cualquier momento se desprendieran, cayeran al suelo y quedaran así, muertas.
Mi cuerpo ardía y el aire cada vez más parecía ahogarse y terminar para siempre.
Acerqué a mi boca un vaso de agua helada, tomé hasta la mitad. El agua hervía.
Ardor, incendio. Mi cuerpo en máxima ebullición. Fue la última vuelta del aparatito grotesco y luego se detuvo. Todo se oscureció. Silencio. Respiré hondo y me encendí. Una bola de fuego perdiéndose en el infinito.




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