sábado, 30 de octubre de 2010

La adivina


Donde vive kiriá Leonora?
-Eskalerikas debajo de la casa de don Alejandro-
Kiriá Leonora era la adivina del pueblo, pero adivinaba con la borra del café.
Si, como les estoy diciendo, con la borra de café.
Qué mujer no se interesó alguna vez por saber su futuro. A mi nona Sarina ese tiempo le llegó y una tarde deicidio ir en su búsqueda.
-Adelante Sarina, la esperábamos, dijo una mujer alta, ojos negros, una piel aceitunada, pañuelo en la cabeza, largas faldas y pesados zuecos.
Sentadas en el suelo, un grupo de mujeres comentaba las últimas noticias del pueblo. En la shisbé humeaba un exquisito café a la turca, instándolas a seguir la charla. Cuando Kirá Leonora dió la orden, procedieron a dar vuelta las tacitas sobre los platos, dejándolas allí por unos instantes.
-Comenzaré por ti Sarina. Horas buenas vas a tener, camino largo dentro de poco…
Acertó, Kiriá Leonora le predijo el viaje a la Argentina donde pronto formaría su familia.
-¿Nona Sarina me adivinás la suerte?
Ella pacientemente me explicaba que no podía porque eso se transmitía de familia en familia y Kiriá Leonora supo guardar bien su secreto.
-¿Saben? a mi siempre me quedaron ganas de que me lean la suerte, por eso, cuando tomo café, doy vuelta la taza y trato de interpretar esas formas raras que seguramente dicen algo.


Shisbé: jarrito de cobre donde se prepara el café turco.

El dulce de naranjas


Cuando llega julio me pongo anaranjada, parezco un árbol sosteniendo preciosas joyas doradas. A mi, ese paisaje me trae muchos recuerdos.
Montones de naranjas esparciéndose por la vereda, corridas, risas y cuentas, muchas cuentas para ver quien juntaba más de esas pelotas carnosas y perfumadas que pronto se convertirían en “el dulce de naranjas”.
Si mientras escribo estas palabras, voy sintiendo que mi boca se abre y come, golosamente, una a una las letras n…a…r…a…n…j…a…s…
No era difícil hacerlo, pero todo lo que mi nona preparaba, tenía ese misterio que las hacían aún más importantes.
Grandes botes escondían el tesoro anaranjado y nosotros como buenos buscadores, nos volvíamos ricos endulzándonos. Pero todo esto traía una historia que año tras año ella parecía destapar de esos frascos azucarados.
“un día termine de hacer dulce y lo guardé en distintos recipientes arriba del ropero. Siempre para ponerlo allí utilizaba un pequeño banco.
Esa tarde Perla, mi hija mayor, quiso probarlo. Me subí al banco para dárselo, pero con tanta mala suerte me resbalé y caí.
Estuve grave, recuerdo que no tenía fuerzas, me sentía flotar… caminé por un jardín, no sé por cuanto tiempo, una paz inmensa me inundaba y no quería volver.
De lejos veía el rostro de mi esposo, de mis hijas, angustiados y solos. De pronto, una luz que parecía penetrarme me hizo sentir que debía volver y lo hice”.
La tarde llegó, el sol de julio entraba tímido sus últimos rayos por entre las cortinas de la habitación. Era un sol tenue, descolorido, como si sus fuerzas hubieran decaído para dárselas a esos recuerdos.
Qué curioso, siempre pensé que en los botes de dulce, mi nona, guardaba pequeños soles que atrapados entre los vidrios endulzaban y teñían mi vida toda de anaranjado.


Receta de Dulce de Naranjas
1. Lavar bien la cáscara de naranja y poner a hervir en abundante agua 10 minutos y enjuagar.
2. Repetir esta operación tres veces para sacar el sabor amargo.
3. Hacer un almíbar con medio kilo de azúcar, un vaso de agua y una cucharada de jugo de limón.
4. Agregar al almíbar las cáscaras de naranjas enjuagadas.
5. Dejar cocinar una hora mínimo hasta que tome el color de rubio dorado y el almíbar esté espeso.



El baúl




Mi padre solía decirme que lo mire, que lo investigue, no sea cosa que en algún lugar escondido tuviera algún tesoro. Yo me paraba frente a él, hipnotizada, como si en un abrir y cerrar de ojos me daría todo lo hermoso que escuché trajo de Europa.
Mi nona Sarina, llegó con él cargado de joyas, telas, todas las riquezas de su país lejano.
-buscá, seguro encontrarás algo.
Más tarde escuché decir que todas se fueron vendiendo para poder mantener la familia que mi nona formó y ahí estaba yo, esperando que, como un mago, me sacara de su interior todas sus cosas.
Él me miraba vacio, gris, como diciéndome “ya cumplí mi cometido”.
Pero yo insistía y todas las tardes me acercaba y lo miraba.
Un día cuando lo abrí sentí ganas de llenarlo, cerré los ojos fuertemente y como un velo mágico de mi mente, comenzaron a salir historias, cantos, refranes, recetas… lo transformé nuevamente en el baúl misterioso que atravesó los mares.
Desde ese día se convirtió en el guardián de mis sueños, celoso, fiel, incomparable. Hoy que el tiempo ya pasó pude comprender que con el corazón se ve más allá de las cosas, que sigo buscando, algunas aparecen sin darme cuenta y otras que forman parte de mí desde hace tiempo.










Sueños

Si yo fuera viento
viajaría a Izmir
todas las fragancias
serían para mí.
Andaría en barco
Como un polizón
Y solo en su puerto
Buscaría amor.
Soplaría fuerte como un huracán
al sol traería para iluminar.
Pero soy tan solo un hombre
y estoy aquí
solo mi mente alocada
quiere ser viento y huir
.


Lo apoyo sobre la mesa, un humo inquieto trepó por el aire y se perdió entre los recuerdos.
Compañero inseparable, perfumado, embriagante, pretexto justo de siestas y noches que se sueñan. El abuelo y su café.
Me acerque a él lentamente, no quería interrumpir. ¡Sus sueños eran tan lindos!.
Él advirtió mi presencia y me abrazó, sentí su calor traspasando mi piel y me quedé así, no sé por cuanto tiempo. Poco a poco sus palabras fueron brotando despreocupadamente…
“Esa mañana mi padre decidió ir a Atenas. Cuando él anunciaba un paseo, mi corazón latía fuerte, fuerte como si quisiera adelantarse y llegar primero.
Como era un domingo, me pusieron mis mejores galas, mamá limpió mis zapatos, sacudió mi único traje, peinó cuidadosamente mi pelo y besó mi frente deseándome suerte. Sentí que en ese beso cómplice, ella iba conmigo, viviendo paso a paso, mi aventura.
Cuando llegamos a la ciudad, mi cabeza comenzó a girar sin poder controlarla.
Allí era todo diferente. Las calles guardaban un orden distinto al de mi pueblo.
Los negocios exhibían ostentosos productos casi inalcanzables para nosotros.
Pero también aquí encontraba juegos fantásticos. Recuerdo que a mi me gustaba correr por entre las ruinas de los Acrópolis.
Otro juego divertido era observar el cambio de guardia del rey para imitar sus movimientos, uno…dos…uno…dos…
Cuando mi padre ordenaba, nos íbamos a su lugar preferido: mesa y sillas en la calle, música de mandolina, raki y estridentes carcajadas, “la confitería”.
Luego se sentaba, llamaba al mozo y pedía su infaltable mesé, para mi sharope ¡que alegría!.
-Vamos a bailar- me decía, mientras se perdía en una ronda de hombres eufóricos.
Algunas mujeres observaban desde las mesas y se divertían tímidamente ¡que tiempos!...”
El abuelo volvió a su tacita, dio el último sorbo, mientras con voz muy baja repetía: -no sé tiene este café, me hace soñar tantas cosas…-




Raki: Anís.
Mesé: Picada.
Sharope: Pasta preparada con agua y azúcar. A veces se le agrega coco o nuez.









Sarina, la de las rosas

Ande había ser en Karatsh, una joven hermosa llamada Sarina. Su familia era muy pobre, por eso ella trabajaba con don Abraham el sastre del pueblo.
Sarina era conocida por sus manos mágicas. Hacia unos zurcidos invisibles a los ojos.
Como era tan linda, todos los jóvenes del lugar querían enamorarla.
Un día conoció a un mancebo que dejó iluminado su rostro para siempre. Solo había un problema era muy, muy rico, el más rico del pueblo.
-Hijo tienes que buscar una joven con una buena dote para acrecentar nuestra fortuna- le decían sus padres.
Pero él no hizo caso y se enamoro perdidamente de la joven.
Creció entre ellos un amor puro y poderoso.
Todas las mañanas llegaba a las manos de Sarina una rosa roja como símbolo del amor que el joven sentía. Ella en vez de guardarlas entre las hojas de un libro comenzó a plantarlas en su jardín.
En Karatash ahora se la conocía como “Sarina la de las rosas”.
Llegó a tener cientos, miles de ellas. Tenía rosas en todos los rincones, en su jardín, en su balcón, en el patio, en la cocina, en los jarrones y macetas.
-¿Qué puedo hacer madre con esta invasión?
Un buen día se levanto, juntó docenas de rosas, sacó uno a uno sus pétalos y los cocinó.
Un pedazo de corazón iba en cada uno de ellos.
Fue tan exitoso este elixir que recorrió Karatash y otros lugares vecinos.
La familia del joven también lo probó y se endulzaron de tal manera que sus corazones se abrieron llenos de amor y Sarina fue aceptada.
Esa es la historia que guarda el “Dulce de Rosas”. Pruébalo, verás cómo tu corazón se tiñe de amor.
Dulce de rosas (conyá)

Ingredientes

½ kg. pétalos de rosas
½ kg. azúcar
½ lt. de agua
2 limones

Preparación

Lavar los pétalos y escurrirlo. En una cacerola ponerlos bien picados con el azúcar y el jugo de los 2 limones. Amasar hasta hacer una pasta luego colocar esta mezcla en el fuego con el ½ lt. de agua. Cuando se espese, sacarlo. Dejar enfriar.











martes, 16 de marzo de 2010

VERANO

Era un día de calor, de esos que hacen pensar que la tierra es un verdadero infierno, que ya no existe, que fue devorada.
Llegué a casa, encendí el ventilador. Miré a mi alrededor, todo se secaba, se evaporaba. Desaparecía.
El aire era pesado, grueso, como una mole que no deja pasar ni una tímida brisa. Nada.
Las paletas del viejo artefacto giraban cansadas, jadeantes, como si en cualquier momento se desprendieran, cayeran al suelo y quedaran así, muertas.
Mi cuerpo ardía y el aire cada vez más parecía ahogarse y terminar para siempre.
Acerqué a mi boca un vaso de agua helada, tomé hasta la mitad. El agua hervía.
Ardor, incendio. Mi cuerpo en máxima ebullición. Fue la última vuelta del aparatito grotesco y luego se detuvo. Todo se oscureció. Silencio. Respiré hondo y me encendí. Una bola de fuego perdiéndose en el infinito.




LA TABLITA

El niño giro sus pies descalzos sobre el pavimento, agarró su destartalado carro cargado de cartones, madera, bolsas llenas de basura y enfiló para su casa. Atrás una caravana con otros carros lo seguía.
A veces debía viajar a “la ciudad”. No le gustaba su gente, su manera de caminar llevándose todo por delante, sus ojos que miraban todo penetrándolo. Por eso deseaba regresar cuando antes.
La Tablita, su barrio, distaba a 20Km. de la capital de Tucumán. Cuatrocientas familias lo formaban y era famoso por el basural que lo rodeaba.
Montañas de desperdicios formaba el paisaje del hedor y la miseria.
Su rancho lo esperaba. Cuatro latas destartaladas con una puerta de tela, un elástico con un trapo viejo como cama, una mesa de cajones de manzana, dos bancos petisos y un bracero para calentar su cuerpo frágil y desgarbado.
Vivía solo desde hacia unos meses, el que decía llamarse su padre lo había abandonado por un trabajo mejor pero él lo entendía, allí últimamente la pobreza y el hartazgo parecían pesarle demasiado.
Amanecía. Las moscas comenzaron a rondarle…
A veces sentía miedo de quedarse dormido y ser presa de cualquier animal que acostumbrara a andar por esos lares.
Se levantó cortando sus pensamientos y rápidamente se internó por ese mar de basura y olores penetrantes. Su trabajo.
Otros también lo hacían pero cada uno tenía su lugar y debía respetarlo.
Empezó a abrir una a una las bolsas separando todo lo que encontraba. Papel y cartón juntos, vidrio por un lado, plástico por otro.
En una bolsa especial guardaba los alimentos que consideraba buenos para su alimentación.
Después de algunas horas regresó a su casa. Un pedazo de espejo que colgaba de la pared dejó ver su rostro cansado, su piel cetrina y gruesa olía a grasa. Sus rasgos de niño-hombre se estaban perdiendo como si quisieran dar paso a no se qué criatura extraña.
Alguien lo interrumpió. Su vecino lo tentó a comer un rico asado.
Últimamente al basural llegaban los desperdicios de un restaurante importante de la ciudad.
Mientras comían su compañero reía una y otra vez sacudiendo su pesado vientre y dejando ver un par de muelas gastadas.
Ya era tarde. Regresó a su casa con una sensación de asco. Trató de dormirse pero algo lo hizo salir. Observó su pies, los vio negros, sus dedos tenían las uñas largas, muy largas.
Dos lagrimones comenzaron a rodarle.
Comenzó a sentir su cuerpo sin fuerzas. Un ligero sopor lo inundó. Sentía que poco a poco perdía sus formas y cada vez se hacía más pequeño. Su piel se cubría de pelos, su nariz se afilaba y le crecían bigotes.
Se sintió libre por primera vez. Comenzó a saltar de un lugar a otro escurriéndose por donde quería porque era elástico y ágil.
De repente se detuvo. Se vio rodeado por cientos de criaturas como él. Sintió la respiración de ellas y sus ojos penetrándolo. Rompió la ronda y comenzó a saltar por la pequeña habitación queriendo demostrar sus fuerzas pero ellas no se inmutaron.
Entendió sus mensajes.
Pudo escaparse de la casa y se dirigió al basural. Ellas lo seguían.
Se zambulló entra la basura. Ellas también.
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Amanecía en el barrio la tablita, cientos de personas observaban el cadáver de un niño de quince años. Las moscas comenzaban a rondarle...