martes, 16 de marzo de 2010

PABLO

Desde hacia unos días su voz había tenido unas modulaciones raras pero no le dio demasiada importancia atribuyéndolo a los cambios de tiempo que tan seguido se sucedían últimamente.
Terminó su café, alzó su agenda y dándose un impulso, partió. El día comenzaba. Salió a la calle, y se perdió en una nube de gente. El hombre y el mundo…
Saltó entre unas ramas, arrebujándose luego en la copa verde y tupida de un árbol muy alto. Todavía en el aire flotaba el olor a pólvora y muerte. Voló en zig-zag hacia otro árbol vecino. No debía despertar sospechas y ahí decidió esperar hasta que se marcharan. La temporada pronto llegaría a su fin…
El medio día lo sorprendió son un frugal almuerzo. No había tiempo. No había nada.
Debía seguir su cometido: trabajar, trabajar y trabajar. Dónde estaría su suerte se preguntaba y añoraba vivir tranquilo, sin los sobresaltos y angustia de la vida.
Esa noche casi asombrado y mientras se duchaba silbó mejor que nunca.
Afuera la lluvia caía como imitando. Se recostó en su cama y fijando sus ojos en el vacio se abandono en los sueños.
Exhausto, mojado y cabizbajo maldecía su suerte y añoraba otros cielos, otros soles, otras aguas. Un pájaro sin bandada, errante y rebelde tenía derecho a pretender quien sabe qué de su destino…
“Se necesita instructor de aladeltismo”.
-Me llamo Pablo Fernández, tengo 38 años y vengo por el aviso-.
Una sonrisa se le dibujó en el rostro mientras le explicaba a un grupo de jóvenes como lanzarse de la planchada. El aire calmo, ideal para volar como un ave.
Se deslizó suavemente como planeando su destino y se dejó llevar por un cielo limpio y sin limites.
De pronto los disparos… y otra vez el olor a muerte cubrió todo de espanto.
Estuvo suspendido así ni sé que tiempo, ni siquiera los disparos lograron sacarlo del éxtasis que le provocaba el vuelo.
“Cobarde, gallina, desertor insignificante”. Así mascullaba su suerte escondido entre la espesura de su hábitat.
-Un día de estos me largo.
Fantasías, ilusiones bobas de un perdedor que ve pasar la vida y ni siquiera hace el intento de llamarla.
El sol se ahogaba en la tarde lanzando sus últimos rayos. Decidió regresar, su día había terminado. La soledad lo esperaba. De pronto un dolor profundo le atacó la espalda, sintió que sus huesos se separaban dando espacio a no sé que cosa extraña. Tomo un calmante y finalmente se durmió.
-Debo cambiar mi vida, romper con estos miedos oscuros y atrapantes o moriré para siempre y nadie lo sabrá. “Murió un pájaro cualquiera, solitario y errante”. ¿Importaría a alguien en todo mi reino?.
Se sacudió en la cama, el dolor en su espalda se tornó insoportable. Llovía afuera, llovía en su alma.
-Hoy será mi día, ya no importa nada, no más postergaciones, no más excusas, no más trampas- voló hacia un árbol mas bajo allí observó el cielo como estudiando su itinerario.
Sintió que algo se desprendía de él pero no le hizo caso. Aleteó primero temeroso volando bajo, así fue ganando altura y se dejó llevar planeando plácidamente. A esto había temido tanto, cuantas cosas perdidas. Tantos años de cárcel. Bien valía este momento, tanto que…
La lluvia seguía cayendo clavando agujas punzantes, una atravesó su pecho y lo hizo caer a tierra en picada, allí se quedo jadeando y sangrante. De repente una ráfaga cálida y suave se elevó de su cuerpo perdiéndose en el aire.
La ventana se abrió torpemente, algo entró convirtiéndose todo en una masa de aire y como respondiendo a un llamado Pablo se elevó, desplegó sus alas y se perdió por el aire.



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