martes, 16 de marzo de 2010

LA TABLITA

El niño giro sus pies descalzos sobre el pavimento, agarró su destartalado carro cargado de cartones, madera, bolsas llenas de basura y enfiló para su casa. Atrás una caravana con otros carros lo seguía.
A veces debía viajar a “la ciudad”. No le gustaba su gente, su manera de caminar llevándose todo por delante, sus ojos que miraban todo penetrándolo. Por eso deseaba regresar cuando antes.
La Tablita, su barrio, distaba a 20Km. de la capital de Tucumán. Cuatrocientas familias lo formaban y era famoso por el basural que lo rodeaba.
Montañas de desperdicios formaba el paisaje del hedor y la miseria.
Su rancho lo esperaba. Cuatro latas destartaladas con una puerta de tela, un elástico con un trapo viejo como cama, una mesa de cajones de manzana, dos bancos petisos y un bracero para calentar su cuerpo frágil y desgarbado.
Vivía solo desde hacia unos meses, el que decía llamarse su padre lo había abandonado por un trabajo mejor pero él lo entendía, allí últimamente la pobreza y el hartazgo parecían pesarle demasiado.
Amanecía. Las moscas comenzaron a rondarle…
A veces sentía miedo de quedarse dormido y ser presa de cualquier animal que acostumbrara a andar por esos lares.
Se levantó cortando sus pensamientos y rápidamente se internó por ese mar de basura y olores penetrantes. Su trabajo.
Otros también lo hacían pero cada uno tenía su lugar y debía respetarlo.
Empezó a abrir una a una las bolsas separando todo lo que encontraba. Papel y cartón juntos, vidrio por un lado, plástico por otro.
En una bolsa especial guardaba los alimentos que consideraba buenos para su alimentación.
Después de algunas horas regresó a su casa. Un pedazo de espejo que colgaba de la pared dejó ver su rostro cansado, su piel cetrina y gruesa olía a grasa. Sus rasgos de niño-hombre se estaban perdiendo como si quisieran dar paso a no se qué criatura extraña.
Alguien lo interrumpió. Su vecino lo tentó a comer un rico asado.
Últimamente al basural llegaban los desperdicios de un restaurante importante de la ciudad.
Mientras comían su compañero reía una y otra vez sacudiendo su pesado vientre y dejando ver un par de muelas gastadas.
Ya era tarde. Regresó a su casa con una sensación de asco. Trató de dormirse pero algo lo hizo salir. Observó su pies, los vio negros, sus dedos tenían las uñas largas, muy largas.
Dos lagrimones comenzaron a rodarle.
Comenzó a sentir su cuerpo sin fuerzas. Un ligero sopor lo inundó. Sentía que poco a poco perdía sus formas y cada vez se hacía más pequeño. Su piel se cubría de pelos, su nariz se afilaba y le crecían bigotes.
Se sintió libre por primera vez. Comenzó a saltar de un lugar a otro escurriéndose por donde quería porque era elástico y ágil.
De repente se detuvo. Se vio rodeado por cientos de criaturas como él. Sintió la respiración de ellas y sus ojos penetrándolo. Rompió la ronda y comenzó a saltar por la pequeña habitación queriendo demostrar sus fuerzas pero ellas no se inmutaron.
Entendió sus mensajes.
Pudo escaparse de la casa y se dirigió al basural. Ellas lo seguían.
Se zambulló entra la basura. Ellas también.
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Amanecía en el barrio la tablita, cientos de personas observaban el cadáver de un niño de quince años. Las moscas comenzaban a rondarle...

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