martes, 16 de marzo de 2010

VERANO

Era un día de calor, de esos que hacen pensar que la tierra es un verdadero infierno, que ya no existe, que fue devorada.
Llegué a casa, encendí el ventilador. Miré a mi alrededor, todo se secaba, se evaporaba. Desaparecía.
El aire era pesado, grueso, como una mole que no deja pasar ni una tímida brisa. Nada.
Las paletas del viejo artefacto giraban cansadas, jadeantes, como si en cualquier momento se desprendieran, cayeran al suelo y quedaran así, muertas.
Mi cuerpo ardía y el aire cada vez más parecía ahogarse y terminar para siempre.
Acerqué a mi boca un vaso de agua helada, tomé hasta la mitad. El agua hervía.
Ardor, incendio. Mi cuerpo en máxima ebullición. Fue la última vuelta del aparatito grotesco y luego se detuvo. Todo se oscureció. Silencio. Respiré hondo y me encendí. Una bola de fuego perdiéndose en el infinito.




LA TABLITA

El niño giro sus pies descalzos sobre el pavimento, agarró su destartalado carro cargado de cartones, madera, bolsas llenas de basura y enfiló para su casa. Atrás una caravana con otros carros lo seguía.
A veces debía viajar a “la ciudad”. No le gustaba su gente, su manera de caminar llevándose todo por delante, sus ojos que miraban todo penetrándolo. Por eso deseaba regresar cuando antes.
La Tablita, su barrio, distaba a 20Km. de la capital de Tucumán. Cuatrocientas familias lo formaban y era famoso por el basural que lo rodeaba.
Montañas de desperdicios formaba el paisaje del hedor y la miseria.
Su rancho lo esperaba. Cuatro latas destartaladas con una puerta de tela, un elástico con un trapo viejo como cama, una mesa de cajones de manzana, dos bancos petisos y un bracero para calentar su cuerpo frágil y desgarbado.
Vivía solo desde hacia unos meses, el que decía llamarse su padre lo había abandonado por un trabajo mejor pero él lo entendía, allí últimamente la pobreza y el hartazgo parecían pesarle demasiado.
Amanecía. Las moscas comenzaron a rondarle…
A veces sentía miedo de quedarse dormido y ser presa de cualquier animal que acostumbrara a andar por esos lares.
Se levantó cortando sus pensamientos y rápidamente se internó por ese mar de basura y olores penetrantes. Su trabajo.
Otros también lo hacían pero cada uno tenía su lugar y debía respetarlo.
Empezó a abrir una a una las bolsas separando todo lo que encontraba. Papel y cartón juntos, vidrio por un lado, plástico por otro.
En una bolsa especial guardaba los alimentos que consideraba buenos para su alimentación.
Después de algunas horas regresó a su casa. Un pedazo de espejo que colgaba de la pared dejó ver su rostro cansado, su piel cetrina y gruesa olía a grasa. Sus rasgos de niño-hombre se estaban perdiendo como si quisieran dar paso a no se qué criatura extraña.
Alguien lo interrumpió. Su vecino lo tentó a comer un rico asado.
Últimamente al basural llegaban los desperdicios de un restaurante importante de la ciudad.
Mientras comían su compañero reía una y otra vez sacudiendo su pesado vientre y dejando ver un par de muelas gastadas.
Ya era tarde. Regresó a su casa con una sensación de asco. Trató de dormirse pero algo lo hizo salir. Observó su pies, los vio negros, sus dedos tenían las uñas largas, muy largas.
Dos lagrimones comenzaron a rodarle.
Comenzó a sentir su cuerpo sin fuerzas. Un ligero sopor lo inundó. Sentía que poco a poco perdía sus formas y cada vez se hacía más pequeño. Su piel se cubría de pelos, su nariz se afilaba y le crecían bigotes.
Se sintió libre por primera vez. Comenzó a saltar de un lugar a otro escurriéndose por donde quería porque era elástico y ágil.
De repente se detuvo. Se vio rodeado por cientos de criaturas como él. Sintió la respiración de ellas y sus ojos penetrándolo. Rompió la ronda y comenzó a saltar por la pequeña habitación queriendo demostrar sus fuerzas pero ellas no se inmutaron.
Entendió sus mensajes.
Pudo escaparse de la casa y se dirigió al basural. Ellas lo seguían.
Se zambulló entra la basura. Ellas también.
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Amanecía en el barrio la tablita, cientos de personas observaban el cadáver de un niño de quince años. Las moscas comenzaban a rondarle...

PABLO

Desde hacia unos días su voz había tenido unas modulaciones raras pero no le dio demasiada importancia atribuyéndolo a los cambios de tiempo que tan seguido se sucedían últimamente.
Terminó su café, alzó su agenda y dándose un impulso, partió. El día comenzaba. Salió a la calle, y se perdió en una nube de gente. El hombre y el mundo…
Saltó entre unas ramas, arrebujándose luego en la copa verde y tupida de un árbol muy alto. Todavía en el aire flotaba el olor a pólvora y muerte. Voló en zig-zag hacia otro árbol vecino. No debía despertar sospechas y ahí decidió esperar hasta que se marcharan. La temporada pronto llegaría a su fin…
El medio día lo sorprendió son un frugal almuerzo. No había tiempo. No había nada.
Debía seguir su cometido: trabajar, trabajar y trabajar. Dónde estaría su suerte se preguntaba y añoraba vivir tranquilo, sin los sobresaltos y angustia de la vida.
Esa noche casi asombrado y mientras se duchaba silbó mejor que nunca.
Afuera la lluvia caía como imitando. Se recostó en su cama y fijando sus ojos en el vacio se abandono en los sueños.
Exhausto, mojado y cabizbajo maldecía su suerte y añoraba otros cielos, otros soles, otras aguas. Un pájaro sin bandada, errante y rebelde tenía derecho a pretender quien sabe qué de su destino…
“Se necesita instructor de aladeltismo”.
-Me llamo Pablo Fernández, tengo 38 años y vengo por el aviso-.
Una sonrisa se le dibujó en el rostro mientras le explicaba a un grupo de jóvenes como lanzarse de la planchada. El aire calmo, ideal para volar como un ave.
Se deslizó suavemente como planeando su destino y se dejó llevar por un cielo limpio y sin limites.
De pronto los disparos… y otra vez el olor a muerte cubrió todo de espanto.
Estuvo suspendido así ni sé que tiempo, ni siquiera los disparos lograron sacarlo del éxtasis que le provocaba el vuelo.
“Cobarde, gallina, desertor insignificante”. Así mascullaba su suerte escondido entre la espesura de su hábitat.
-Un día de estos me largo.
Fantasías, ilusiones bobas de un perdedor que ve pasar la vida y ni siquiera hace el intento de llamarla.
El sol se ahogaba en la tarde lanzando sus últimos rayos. Decidió regresar, su día había terminado. La soledad lo esperaba. De pronto un dolor profundo le atacó la espalda, sintió que sus huesos se separaban dando espacio a no sé que cosa extraña. Tomo un calmante y finalmente se durmió.
-Debo cambiar mi vida, romper con estos miedos oscuros y atrapantes o moriré para siempre y nadie lo sabrá. “Murió un pájaro cualquiera, solitario y errante”. ¿Importaría a alguien en todo mi reino?.
Se sacudió en la cama, el dolor en su espalda se tornó insoportable. Llovía afuera, llovía en su alma.
-Hoy será mi día, ya no importa nada, no más postergaciones, no más excusas, no más trampas- voló hacia un árbol mas bajo allí observó el cielo como estudiando su itinerario.
Sintió que algo se desprendía de él pero no le hizo caso. Aleteó primero temeroso volando bajo, así fue ganando altura y se dejó llevar planeando plácidamente. A esto había temido tanto, cuantas cosas perdidas. Tantos años de cárcel. Bien valía este momento, tanto que…
La lluvia seguía cayendo clavando agujas punzantes, una atravesó su pecho y lo hizo caer a tierra en picada, allí se quedo jadeando y sangrante. De repente una ráfaga cálida y suave se elevó de su cuerpo perdiéndose en el aire.
La ventana se abrió torpemente, algo entró convirtiéndose todo en una masa de aire y como respondiendo a un llamado Pablo se elevó, desplegó sus alas y se perdió por el aire.



sábado, 13 de marzo de 2010

EL RAMO

El ramo quedó mustio como su rostro, como el mío, como los recuerdos que cada año llegan, atraviesan la puerta, trepan por nosotras y nos envuelven hasta exprimirnos y sacarnos todo afuera.
Parece que fue ayer cuando Juana abrió la puerta del hall –Este es Ángel, mi novio-.
Recuerdo que el tío lo miró un rato y amablemente lo invitó a pasar.
Ángel había llegado al pueblo hacia unos meses, su padre era un importante militar y su madre una ama de casa.
-Ven Ana le presentó a Ángel-.
De mi cara brotaron todos lo rojos juntos y por mi boca el incendio se fue escapando.
Él también se puso nervioso pero lo ocultó estrechando la mano de mi prima y mirándola a los ojos.
Con Juana éramos primas pero yo la sentía mi hermana. Cuando quedé huérfana después del trágico accidente que tuvieron mis padres cruzando ese paso a nivel sin barreras, mi tío me trajo a vivir con ellos y pasé a ser una más de la familia.
Lo mismo le pasó a Ángel, en poco tiempo fue uno más de la familia. Los domingos cuando Juana salía con él a la plaza yo los acompañaba. (Mi tío decía que no los dejara solos, por las habladurías de la gente nomás).
No importaban mis ganas de tener un novio como Ángel con el pelo rubio y esos ojos celestes que hacían honor a su nombre.
Sí, mi prima había tenido suerte y eso a mí debía conformarme.
Una de las tantas noches que íbamos de caminata noté a Juana bastante nerviosa. Me pidió que la acompañara y que me quedara sentada en un banco de la plaza. Casi nunca hacíamos esto, caminábamos hasta dejar nuestras huellas alrededor del monumento a San Martín. Pero como yo era obediente la esperé. Rogaba que volviera no sea cosa que alguien me viera sola y le contara a mi tío...
Por fin aparecieron. Ella estaba feliz, sus ojos negros brillaban en la cara y me dijo con una sonrisa grandota -Me caso, me caso!!-.
El 15 de noviembre, era la fecha.
Toda la familia comenzó los preparativos, quedaba apenas un mes y nos esperaba el vestido, la fiesta, el viaje de luna de miel y el ramo. Parece algo insignificante pero para mi fue lo que cambió nuestras vidas. Ese simple par de flores de campo...
El día anterior a la fiesta amaneció lloviendo. Salí corriendo a buscarlo. La casa de Doña Alicia quedaba un poco alejada del pueblo pero ella tenía el jardín mejor cuidado y sus flores se buscaban para vender en la ciudad como perlas cultivadas.
De repente como traído por una ráfaga apareció Ángel que gentilmente se ofreció a llevarme.
En el viaje no crucé palabra. Por momentos sentía que me miraba pero trataba de no darle importancia pues mi imaginación me jugaba a veces malas pasadas.
Cuando llegamos al lugar me lancé desesperada. Él se sonrió y dijo esperarme. Cuando regresaba hacia el auto atravesando la parra que cubría la galería de Doña Alicia y vi a él esperándome apoyado sobre el auto, me sentí la novia más linda de la tierra. Estaba radiante.
El regreso fue peor, sentía su calor estallar sobre mi cuerpo y en un instante se abalanzó y me robó un beso y yo lo dejé.
Bajé del auto dando un portazo y terminé en mi habitación desplomándome.
Nadie debía saber esto. Nada debía empañar la felicidad de la casa.
El momento llegó. Juana lucía bella, su vestido lleno de tules ajustaban su talle que por cierto había aumentado considerablemente la última semana, en su pelo una coronita de gardenias y en sus manos, el ramo.
Cuando mi tío comenzó a gritar como desaforado supimos que ya era tiempo de partir hacia la iglesia. Dieron unas vueltas por el rosedal para que el novio espere un poquito y finalmente el tío dio la orden al chofer de que pare en la iglesia.
Algo extraño estaba pasando porque algunas personas cuchicheaban nerviosas en la entrada.
Avisaron a mi tío algo al oído. Las sonrisas de la gente se les endurecieron en la cara, todos miraban sin entender por qué el novio no llegaba.
...Y así el Ángel se convirtió en demonio y el cielo ardió en llamas.
Por eso cuando llega el 15 de noviembre y miro el ramo, mudo testigo de esa fecha, los recuerdos me atenazan el pecho, me dan unas ganas locas de llorar y sólo me alegro cuando llega Angelito del ejercito a comer lo que le preparamos. Él nos llena de orgullo porque sola lo criamos.
Sin dudas él es el único Ángel en este infierno que estamos.

DESPEGARSE

La casa estaba igual por fuera. Dos ventanas arriba, dos abajo.
Había conseguido la llave solo para esa tarde. “Se vende”, decía el cartel por eso acudió a la cita.
Cuando abrió la puerta miles de recuerdos se atropellaron por encontrarla. Tomó uno y rápidamente subió las escaleras que la conducían a su dormitorio o al que fue. Habían pasado muchos años.
Un frió la invadió, el mismo de ese tiempo.
Miró el techo y aunque estaba recién pintado guardaba las marcas por donde entraba el agua cuando las lluvias eran copiosas.
Se asomó a la ventana que daba a la calle y sintió la misma sensación que le atrajo tantas veces, de ser chupada por el vacío. Luego salió de la habitación y se acercó a un balcón. Algo la turbó al mirar hacia abajo...
...Una niña rolliza de ojos vivaces, de unos ocho o nueve años, enfundada en un vestido amarillo y con un par de zapatillas azules, le sonreía.
Bajó las escaleras rápidamente.
Ahí estaba, en su mano sostenía un muñeco Piel Rose rapado y desnudo.
Quien dijo la primera palabra fue la niña porque ella estaba sin poder hablar.
De su boca le volaron cien mariposas. Una amarilla grandota se posó en su pelo, las otras se perdieron por el aire.
Habló y las palabras comenzaron a despedazarse en letras que colgaban de su boca, de su nariz, de su vestido, de la soga de la ropa. La letra A se trepó por la pared del patio y se lanzó al vacio.
De repente otra voz comenzó a repetir su nombre como en un eco. Descubrió que venía de una figura imponente que le sonreía con un plato y una cuchara. Se acercó lentamente y comenzó a hablarle pero esta no le atendía.
De pronto a lo lejos escuchó llorar a alguien, buscó y vio recostada en un sillón a una joven, al lado estaba otra vez la niña y un hombre la consolaba.
Otra vez un mareo la tumbó...
Quiso huir pero los pies se pegaron en el suelo. Comenzó a tironear y finalmente pudo hacerlo.
Sus zapatos se desprendieron y quedaron allí. Corrió sin parar hasta que su corazón explotó de cansado.
Llegó a su casa, a la otra, movió sus pies, estaban desnudos, helados y sucios. Los acercó a la estufa que ardía generosa, y los acarició...
Su casa estaba igual por fuera... y por dentro.

CAMBIOS

El invierno se despedía con 38° de calor.
-Cosa extraña para esta estación- comentaba la gente el pueblo, pero así respondía la tierra a ese año tan particular para muchos.
Él también comenzó a sentir esos cambios. Un ligero escozor le había aparecido esa semana pero no le dio demasiada importancia hasta que…
Mientras se duchaba encontró la bañera llena de una fina capa blanca. -Caspa- pensó pero era mucha la cantidad que caía y no podía ser solamente de su cabeza.
Asombrado vio cómo de su piel se desprendía una fina capa de escamas. Pidió cita a su medico.
-No se preocupe amigo, siempre al entrar la primavera se presentan estos cambios en la dermis-.
Pero él no podía dejar de pensar.
Qué le estaba sucediendo. Tal vez era una enfermedad y pronto moriría o simplemente un estado pasajero de alergia del que en poco tiempo ya ni iría a acordarse o…
La noche llegó. Se esforzó por dormir. En sueños se vio en un lugar bello, apacible. Todo allí era calmo. Las bestias caminaban por un campo donde los árboles mostraban gustosos sus frutos y flores.
De pronto él apareció entre una fronda gigantesca. Se enroscaba de una manera astuta e inquietante.
En ese momento una voz estalló condenándolo para siempre y fue echado de ese lugar.
Sintió miedo y despertó. De un salto salió de la cama, se miró al espejo que lo mostraba de cuerpo entero. Se sentía, bien hasta distinto, inmediatamente rozó su piel, la sintió tersa, perfumada, ya no tenía escamas, ni le picaba.
La temperatura había descendido a 20°.
Él salió de la habitación radiante, casi sin advertir que entre sus sábanas yacía una cápsula vacía, larga y serpenteante.




martes, 9 de marzo de 2010

EL BALCÓN DE ORO


El abuelo nació en Esmirna. “Izmir”, como él decía. Me imagino un lugar indescriptible, hermoso, rodeado por un caserío pintoresco y un perfume especial.
-Si volviera allí sería otra vez joven- repetía mientras sorbía trago a trago su infaltable tacita de café turco.
La casa de Izmir estaba frente al mar y cuando el sol salía, el balcón que se miraba vanidoso frente al espejo azul de las aguas, se encendía y empezaba brillar.
En el pueblo decía que los “Gaón” tenían un balcón de oro y eso lo enorgullecía. Pero todo pronto terminó. La guerra del 14 lo ayudó a decidirse, la Argentina sería su nuevo destino.
Llegó a Tucumán con toda su familia, su madre y siete hermanos. Su padre murió y quedó enterrado en su pueblo como sello de garantía que pertenecieron allí y que en algún momento volverían…
El viaje fue duro, pero ¿qué vendría después?. Su primer trabajo lo hizo en un restaurante y cuando se encontró más seguro llamó a su novia, mi nona Sarina para casarse. Ella dejó su familia y partió al amor.
Cuando se despidió de ellos pensó que volvería a verlos cuando quisiera pero no fue así.
Las distancias eran interminables y el barco que la trajo casi naufraga en su travesía.
Pronto hubo boda y nacieron cinco niñas, una de ellas mi madre Clara.
Pero el abuelo añoraba, a mi a veces me gustaba penetrar en sus sueños, mirábamos desde el balcón, como el sol se despedía. Todo era calmo. Veíamos llegar barcos de distintos lugares porque Izmir era un puerto importante. En la mañana íbamos a cargar fardos de trigo, mijo, cebada, semilla de sésamo (que poníamos sobre las reshas), pasas de uvas que nos gustaba comer con nueces y luego las llevábamos a los almacenes de la ciudad. Al mediodía regresábamos a casa, nos esperaba un rico pescado hecho en las brasas y de postre cuajada, yo les confieso que me gustaba más el dulce de rosas. Para terminar al día siempre entonábamos alguna canción que acompañábamos con las palmas. Añoraba cosas y yo lo comprendía porque de vez en cuando hoy comienzo a enhebrar sueños, me subo al “Balcón de oro” entonces soy mar, soy sol y viento.

martes, 2 de marzo de 2010

EL ESPEJO

Hoy me desperté y decidí dejar mi cara en el espejo. No se sintió muy contenta, me miro primero sin entender, luego con odio pero finalmente no le quedó otro remedio que aceptar. Ya era hora. Con ella había tenido mis serios problemas.
-Maldita socia. Delatora y fría representante. Entregadora, falsa altanera y víbora. ¡Careta!.
Sí, era evidente, no la aguantaba más.
Salí a la calle, un viento frío abofeteó mi rostro, seguí mi camino y ni me inmuté.
Al pasar por una vidriera sentí curiosidad por verme, me detuve, sonreí, miré el reloj, ya era tiempo, bajé unas cuantas calles por la avenida principal, llegué al lugar, la puerta se abrió, la fiesta estaba en su máximo apogeo. Yo me sentía feliz. El carnaval había empezado.

EL TREN

Los vagones llegaron a la ciudad, vacíos como tantas veces. Se iban llenos y volvían vacíos. Sentado solo en el cordón de la vereda un niño como tantos de la ciudad de Praga, soñaba.
El traqueteo de la máquina lo sacó del ligero sopor que estaba envuelto y una nube de humo oscureció su vista. No le importó demasiado. No había nada para ver. No había nada que sentir por eso siguió dormitando. Dormía sintiendo la presencia de la máquina. Tuvo un sueño:
Un monstruo gigantesco de una gran cola bufaba enceguecido escupiendo humo y él iba a su encuentro. Abrió su bocaza y un olor fétido lo envolvió.
Ahora estaba en su intestino oscuro y frío. Resignado se acurrucó en un rincón donde otros niños también estaban. Los movimientos del estómago del animal comenzaron a triturarlos. Unos a otros se chocaban y morían en los encuentros.
El aire le faltaba. Comenzó a sentir frío y de repente despertó pero ya era tarde. Ahora era un niño más en el tren que volvería vacío.