sábado, 13 de marzo de 2010

DESPEGARSE

La casa estaba igual por fuera. Dos ventanas arriba, dos abajo.
Había conseguido la llave solo para esa tarde. “Se vende”, decía el cartel por eso acudió a la cita.
Cuando abrió la puerta miles de recuerdos se atropellaron por encontrarla. Tomó uno y rápidamente subió las escaleras que la conducían a su dormitorio o al que fue. Habían pasado muchos años.
Un frió la invadió, el mismo de ese tiempo.
Miró el techo y aunque estaba recién pintado guardaba las marcas por donde entraba el agua cuando las lluvias eran copiosas.
Se asomó a la ventana que daba a la calle y sintió la misma sensación que le atrajo tantas veces, de ser chupada por el vacío. Luego salió de la habitación y se acercó a un balcón. Algo la turbó al mirar hacia abajo...
...Una niña rolliza de ojos vivaces, de unos ocho o nueve años, enfundada en un vestido amarillo y con un par de zapatillas azules, le sonreía.
Bajó las escaleras rápidamente.
Ahí estaba, en su mano sostenía un muñeco Piel Rose rapado y desnudo.
Quien dijo la primera palabra fue la niña porque ella estaba sin poder hablar.
De su boca le volaron cien mariposas. Una amarilla grandota se posó en su pelo, las otras se perdieron por el aire.
Habló y las palabras comenzaron a despedazarse en letras que colgaban de su boca, de su nariz, de su vestido, de la soga de la ropa. La letra A se trepó por la pared del patio y se lanzó al vacio.
De repente otra voz comenzó a repetir su nombre como en un eco. Descubrió que venía de una figura imponente que le sonreía con un plato y una cuchara. Se acercó lentamente y comenzó a hablarle pero esta no le atendía.
De pronto a lo lejos escuchó llorar a alguien, buscó y vio recostada en un sillón a una joven, al lado estaba otra vez la niña y un hombre la consolaba.
Otra vez un mareo la tumbó...
Quiso huir pero los pies se pegaron en el suelo. Comenzó a tironear y finalmente pudo hacerlo.
Sus zapatos se desprendieron y quedaron allí. Corrió sin parar hasta que su corazón explotó de cansado.
Llegó a su casa, a la otra, movió sus pies, estaban desnudos, helados y sucios. Los acercó a la estufa que ardía generosa, y los acarició...
Su casa estaba igual por fuera... y por dentro.

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